El bosque de Labati, un secreto por descubrir - Valles Tranquilos
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El bosque de Labati, un secreto por descubrir

Desde el pueblo de Aragüés del Puerto hasta el paraje y refugio de Lízara, asciende una carretera entre un bosque frondoso donde las hayas, propias de ambientes más húmedos, se entremezclan con los pinos silvestres y los abetos blancos que tanto abundan en la parte este de la cordillera. A esta combinación se le añaden tilos, serbales, nogales, avellanos, tejos, sabinas, acebos, abedules… una riqueza forestal que es claramente identificable en dos épocas del año, la primavera por la variedad de tonos de verde de las nuevas hojas, y el otoño. con colores que van desde los naranjas y amarillos a los dorados, escarlata y carmesí, e incluso los hay que parece que llamean.

Es el momento de caminar más abajo de las alturas, por las sendas del fondo de los valles, ahora alfombradas de hojas muertas. Aquí en Labati, un sendero sencillo y bien indicado, remonta o desciende entre árboles. Es el sendero PR-HU-150 que cruza el río Osia y avanza por la margen izquierda del valle entre bosquetes de bojes, sauces, fresnos y chopos. Al rato, el pinar empieza a ofrecernos su sombra y protección.

A la altura del puente de las Monjas y la residencia de Las Nieves –una central eléctrica utilizada como colonias de verano para niños– proseguimos por el camino de la Batestat para entrar en el ambiente tupido, boscoso, colorido y diverso de Fuñazal y de la fuente del Yermo. Poco después de dejar atrás una cascada con azud y el citado manantial, el camino sube al encuentro de la pista asfaltada que conduce al refugio de Lízara. Una vez en ella hemos de continuar a mano izquierda para bajar a cruzar el cercano puente de Labati, en un entorno de bordas, bosques y verdes prados.

Situados ya en la margen derecha del río continuamos por una pista al norte –el llamado camino de la Resiega– y entramos en los límites del Parque Natural de los Valles Occidentales, discurriendo por la parte baja de la Solana de la Espelungueta, que está cubierta de pinos silvestres, acebos, bojes y otros árboles de hoja caduca.

Avanzamos por una zona preciosa de bordas escondidas, de extensos prados, de bojes y, por supuesto, cubierta por una densa masa forestal de robles, hayas, abedules, arces, chopos, mostajos, avellanos, serbales… La combinación entre estos árboles de diferentes colores y las coníferas da lugar a un espectáculo soberbio.

Continuamos valle arriba. Si vamos con tiempo, antes de seguir hacia los Corralones, recomendamos desviarse por los caminos que nos van a salir a la izquierda, y que van hacia el barranco de Cambones, al pie de la fotogénica pared estratificada de la Peña de Gabás. Nuestro itinerario principal prosigue al norte, trazado en la ladera sobre la margen derecha del río Osia.

En el área recreativa del puente de los Corralones –donde hay un bar que puede no estar abierto avanzada la estación– comienzan a aparecer no pocos abetos blancos e incluso algunos tejos. Algo más arriba, siguiendo la pista asfaltada, junto al refugio de pastores de la Cueva, vive un bosquete de viejos tejos. Es lugar oscuro y misterioso del que dicen fue escenario de akelarres.

Desde los Corralones continúa también una senda señalizada que, por un barranco y por la cueva del Onso, llega al refugio de Lízara, punto de partida para la clásica ascensión al pico Bisaurín.

En estos bosques del entorno de Labati resulta delicioso contemplar en estos meses, el fin de un ciclo natural en los árboles, con esos paisajes envueltos en el silencio de los bosques de Tremuito, del hayedo de Turnolo o de los barrancos próximos de Cambones, Saltieto y Cuangas, auténticos paraísos de silencio en los que muchas veces hay que parar para ver y sentir más y mejor. Y es que por aquí tan sólo suena el rumor del agua, el cencerro del ganado, el sonido del viento entre las ramas… o el canto de carboneros garrapinos, trepadores azules o herrerillos capuchinos.

Por cierto, si el otoño se ha presentado lluvioso la variedad micológica puede ser muy alta, con grupos de boletos, armillarias, amanitas, níscalos, rúsulas o lepiotas, la viscosa seta de porcelana blanca que crece en los troncos de las hayas muertas.

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